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Foto del escritorCatherine Ndong

Psicoterapia y Espiritualidad de Rebecca L. Trautmann

Resumen

Este artículo reconoce la dimensión espiritual de cada persona como parte importante del proceso terapéutico, aunque muchas personas experimentan dificultades al hablar de ello. El proceso de búsqueda de las palabras para expresar esa dimensión y explorar el significado de esa experiencia – de orígenes históricos, introyectados y/o traumáticos – son valorados en la búsqueda del significado de nuestra vida y en la dedicación por nuestro bienestar.


Afloramiento


“Esto puede sonar extraño, pero…”


Este tipo de frase es la que suelen usar las personas en terapia cuando quieren introducir su dimensión espiritual. Me gustaría compartir aquí algunos pensamientos y parte de mi experiencia sobre la posición que ocupa la espiritualidad en terapia, con el ánimo de o bien ensanchar la experiencia terapéutica del paciente que acaba de iniciar el proceso, o bien profundizar en la experiencia de quien ya pueda estar en terapia pero que haya limitado el alcance de lo que él o ella haya introducido en el proceso.


Existen asociaciones específicamente enfocadas en esta integración, y se le han dedicado publicaciones profesionales completas, por lo que mucho se ha escrito ya sobre este tema. Dentro del análisis transaccional muchos buenos y experimentados terapeutas han escrito libros o artículos en Transactional Analysis Journal. Menciono algunos de ellos: Muriel James escribió muy bellamente sobre el Inner Core del yo, también descrito como el Yo Espiritual o el Yo Universal (James, 1981; James & Savary, 1976, 1977). Morris (1972) y Edelman (1973) escribieron ambos sobre espiritualidad en términos de estados del ego. Lawrence (1983) y Steere (1983) escribieron artículos coincidentes sobre el arrepentimiento comparándolo con el proceso de redecisión descrito por el análisis transaccional. En 1974 Isaacson escribió un artículo en términos religiosos, y en 1999 Massey y Dunn escribieron extensamente sobre la espiritualidad vista desde el punto de vista de los sistemas familiares. Finalmente, George Kandathil y Candida Kandathil (1997) escribieron elocuentemente sobre el concepto de Berne de Autonomía como la puerta a la espiritualidad.


En este punto alguien se puede preguntar “¿Qué entiende usted por espiritualidad?” De nuevo, mucha gente preparada ha escrito sobre esto. Me gusta lo que dijeron George Kandathil y Candida Kandathil (1997, p.28), así que los cito literalmente:


La espiritualidad es el proceso por el cual los seres humanos trascienden de sí mismos. Para aquellos que creen en Dios, la espiritualidad es la experiencia de la relación con Dios. Para un humanista, la espiritualidad es la experiencia de la trascendencia con otra persona. Para algunos puede ser la experimentación de armonía o unidad con el universo o la naturaleza en cualquiera de sus formas. Nos lleva más allá de nosotros mismos a un reino propio en el que “podemos experimentar una unión con algo mucho más grande que nosotros, y en esa unión encontrar nuestra mayor paz” (James, 1902/1958, p.395)… Para personas religiosas, la experiencia espiritual suele tener lugar dentro del contexto de su religión. Para otros tiene lugar en la estructura de sus ideales y aspiraciones. Pero la experiencia en sí es inexplicable e incomunicable en su totalidad, lo que James (1902/1958) describe como “la incomunicabilidad del transporte” (p.311).


Algunas personas pueden pensar que la espiritualidad no pertenece a la psicoterapia, que los terapeutas sólo manejan aspectos emocionales, de comportamiento, sociales y cognitivos de nuestras vidas. Aunque esto puede ser verdad para algunos terapeutas, ciertamente no es así en todos los casos. Muchos terapeutas conocen y valoran la dimensión espiritual de la vida, pero algunos esperarán a que aflore por parte del paciente y pueden no iniciar la discusión directamente ellos, dando la impresión de que no forma parte del proceso. Igualmente, algunos pacientes no harán aflorar la dimensión espiritual salvo que el terapeuta lo haga, dando la impresión de esa manera de que no es parte de sus vidas. Otros terapeutas no la tratarán en absoluto, o la tratarán siempre y cuando se relacione muy directamente con el comportamiento social y psicológico del paciente. Pero la relación terapéutica funciona mejor cuando podemos aflorar y poner en común todo nuestro interior, con el deseo y esperanza de que al menos en terapia podremos ser conocidos y entendidos, incluso cuidados, y de esa manera, conocer, entender y cuidarnos, nosotros mismos y a otros y a toda la creación.


La palabra “psyche” significa “el alma, el yo, y también la mente” (Mish & Morse, 1997, p.592). El Chambers Dictionary (Kirkpatrick, 1983) define psyche como “el alma, espíritu, o la mente” (p.1039). La terapia es el proceso de sanación o recomposición. Así pues, la psicoterapia puede ser entendida como la sanación de el alma/yo o la mente, y por lo tanto el lugar en el que el yo espiritual cobra tanta importancia como cualquier otro aspecto de nuestra vida. Para personas desafectas con las instituciones religiosas formales, o para las personas necesitadas de recuperarse de alguna mala experiencia con su entorno religioso, el psicoterapeuta puede ser la única persona (o al menos la primera) capaz de escuchar y responder a las necesidades espirituales del paciente.


Lo que muchas veces retrae a las personas de hablar de su espiritualidad es lo difícil que puede ser hablar de ello. Las palabras pueden sonar manidas, inadecuadas, no exactas o raras. Por eso pienso que la cuestión puede introducirse con el empleo de frases como “Esto puede sonar extraño, pero…” como indicaba al comienzo del artículo. Pero aun así, las palabras son normalmente la única forma que tenemos de comunicar nuestro mundo interno o experiencias a otra persona (salvo que seamos artistas, músicos, bailarines, etc.). Cuando las palabras no nos sirven para comunicar una parte de nuestro interior y poder acercarnos a otra persona, tendemos a no compartir o mantener en la privacidad esa parte de nosotros – o a pensar que sólo puede ser compartido en sitios o momentos concretos, como espacios sagrados de reunión, o sólo con determinado tipo de personas –. O confiamos (¡afortunadamente!) en aquellos (especialmente poetas) que tienen la virtud de poner palabras a esas experiencias.


La experiencia de cada persona con lo Divino, Espiritual es absolutamente única. Es fácil pensar que nadie va a poder entender lo que esa experiencia o conocimiento es o parece. Especialmente si la experiencia es del tipo de nothingness o vacío. Para alguno es una experiencia tremendamente personal, y puede haber reticencia o miedo a compartirlo con los demás, como si al compartir pudiera haber un riesgo de que algo se pierda, cambie o disminuya. Atreverse a hablarlo con un terapeuta de confianza puede ser muy gratificante y revelador, a veces incluso transformativo. Aquí podemos empezar a encontrar las palabras – nuestras propias palabras – para encontrarnos más a gusto, más parte del todo, en estas muy personales, privadas y características experiencias: las experiencias de lo Divino.




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